Notas

Soltar la vaca: ¡Animarse al cambio!

Con hambre y sed, el sabio y su discípulo pidieron abrigo y comida por algunas horas. A pesar de la escasez, la familia fue generosa, alimentándolos y cobijándolos.

En cierto momento, mientras comían, el sabio preguntó:

“¿Cómo sobreviven en este lugar tan solitario y seco?”
“¿Ve aquella vaca?”, contestó el jefe de familia, “de ella sacamos todo nuestro sustento. Ella nos da la leche que tomamos y la que también transformamos en queso y cuajo. Cuando sobra, vamos a la ciudad y la cambiamos por otros alimentos. Y así es como vivimos”.

Luego de unas horas el sabio agradeció la hospitalidad y partió junto con su discípulo. Ni bien hizo la primera curva, ya en el camino, dijo a éste:

“Vuelve, agarra la vaca, llévala al precipicio y tírala al vacío.”
El discípulo no acreditaba lo que escuchaba.
“¡No puedo hacer eso, maestro! ¿Cómo puede ser tan ingrato? La vaquita es todo lo que tienen. Si la tiro al precipicio, no tendrán cómo sobrevivir.
El sabio repitió la orden: “Ve y empuja la vaca por el precipicio.”

Resignado, aunque indignado, el discípulo volvió a la cabaña y empujó al animal al abismo. La vaca, como era de esperar, murió estrellada.

Pasaron algunos años y el remordimiento nunca abandonó al discípulo. Un día de primavera, carcomido por la culpa, decidió volver a aquel lugar. Quería ver qué era lo que había sucedido con aquella familia, ayudarla, pedirle disculpas, reparar su error.

Al doblar por el camino, no creyó lo que sus ojos vieron. En el lugar de la cabaña desierta había un lugar maravilloso, con muchos árboles, estanque de agua, tranquera, molino y hectáreas de siembra.

El corazón del discípulo se congeló. ¿Qué había sucedido con esa familia?

Seguro que vencidos por el hambre, fueron obligados a vender el terreno y ahora se encontraban mendigando en alguna ciudad vecina.

Sin embargo cuando se acercó, reconoció el rostro del mismo hombre de antaño, sólo que más fuerte y vivaz. Los chicos se habían convertido en saludables adolescentes y la mujer lucía radiante, feliz.

Espantado, se dirigió al hombre y le dijo: “¿Qué sucedió? Yo estuve aquí con mi maestro hace un año y este era un lugar miserable, no había nada”.

El hombre miró al discípulo, y respondió:

“Teníamos una vaquita, de la que sacábamos nuestro sustento. Era todo lo que teníamos. Pero, un día, se cayó en el precipicio y murió. Para sobrevivir, tuvimos que hacer otras cosas, desarrollar habilidades que ni sabíamos que teníamos. Y fue así, buscando nuevas soluciones, que hoy estamos mucho mejor que antes”.

Aferrados a nuestra vieja vaca atada muchas veces estamos simplemente sobreviviendo, sin ver que esa vaca, lejos de nutrirnos, subalimenta nuestro espíritu y nos acorta el horizonte.

La vaca atada puede ser una relación, un trabajo o un estereotipo de mujer que alguna vez nos quedo cómodo, pero que ya no nos desafía. La vaca vieja es tu profesión o tus viejas formas y rutinas.

¡Soltá la vaca! Que no se trata de sobrevivir, sino de vivir y de seguir expandiendo.

¡Disco se animó al cambio!

¡Animate vos también!

Te puede gustar