Si pensamos en un subibajas, podemos imaginar los asientos en cada extremo del tablón y, sentados sobre cada uno de estos, bien enfrentados, los opuestos. Sentada de un lado estaría la ansiedad y, sentada en el lado contrario, la mesura. De un lado el voluntarismo y haciendo contrapeso, el todo no.
Todos tendemos a un extremo. Algunos somos más emocionales que racionales, otros más esquemáticos que flexibles, otros más alarmistas que confiados. El tema es cuán fuerte golpeamos el tablón contra el piso para sacar volando de un plumazo al que está sentado en el asiento de enfrente.
¿Qué diálogo mantengo con mis opuestos? ¿Llego a mirarlos? ¿Los registro siquiera? ¿Cuán intransigente o contundente soy en mis posiciones?
Si repetidamente me encuentro con miles de autos a contramano, tal vez es momento de entender que la vida me los está cruzando porque necesito aprender algo de ellos.
¡No son plaga! ¡Y tampoco es mala suerte!
Es que somos nosotros los que vamos errados.
La consigna: Incorporar algo de lo que me traen.
Si soy workaholic, la vida me topará con mansos y perezosos;
Si soy dependiente, me cruzaré con amantes de la libertad;
Si soy chapado a la antigua, me crisparé frente a cada milenial;
Si soy aferrado a lo material, me cansaré de encontrar sujetos zen;
Si soy de convicciones cerradas, tildaré de blandos a los open mind y, si soy open mind, tildaré de Neanderthals a los obtusos.
En el medio, hay un punto.
El blando puede aprender que aún respetando todas las opiniones, a veces está bueno ser valiente y defender en alto la bandera propia; y Neanderthal podrá reconocer que no hace falta tapar con gritos las otras voces y que en la diversidad hay una enorme riqueza.
La figura del subibajas ayuda a visualizarnos gráficamente.
Sentémonos en los sillines, uno enfrente de otro, e impulsémonos alternadamente hasta lograr un placentero vaivén vertical.
Si los usuarios tienen pesos similares ambos podrán subir y bajar. En caso contrario, el balancín se vencería exclusivamente hacia un lado dejando al otro suspendido en el aire.
Cuando era chica, me acuerdo de pararme en el medio de la tabla. Un pie de cada lado del soporte, logrando ese frágil equilibrio para que el tablón no se fuera hacia ningún costado y tocara el piso.
En ese momento era simplemente un juego, hoy inspira mi columna y me desafía a mirarme desde otro lugar.
*Por María Freytes