Frenar en la carrera de las mil metas no parece inteligente, remite a pérdida de tiempo; y la pérdida de tiempo equivale a improductividad. Paran los perezosos. Y la pereza no está bien vista.
Esta mirada reduce al ocio a un simple recreo, a un descanso, a no hacer nada. Un mal necesario para seguir avanzando. El foco no está puesto en el ocio, sino en el avance.
El ocio no tiene entidad per se. Existe como un impasse funcional. ¿Funcional a qué o a quién? Otra vez, a la carrera de las mil metas.
Si nos dijeran que podemos comprar un chip que nos descansa mientras trabajamos, estoy segura de que muchos estaríamos tentados de comprarlo. Paramos sólo porque la cabeza nos explota y ya no acumula información. No conviene seguir marchando.
Sin embargo, los filósofos consideraban el ocio como parte esencial y fundamental de la vida humana, parte intrínseca al hombre. El ocio no era en función de algo ni el freno necesario para llegar a ningún lado. El ocio era en sí “lo importante” porque en el ocio el hombre se encontraba consigo mismo y reafirmaba su propio ser, el sentido de su vida.
Un workaholic puede llenar su agenda de preocupaciones y evadirse en una rutina agobiante; y allí, residiría su pereza.
Una vida sin ocio se vuelve vacía. Una vida sin ocio no contempla ni reflexiona. Una vida sin ocio avanza sin saber aún a dónde va.
Solo en el ocio el hombre se conoce… Y solo quien se conoce puede elegir y ser libre.
*Por María Freytes