Enseguida empezaron las objeciones:
- “En las relaciones de pareja es imposible, porque, como en el tango, se necesitan dos para que salga el firulete”
- “Hay situaciones tan arraigadas que, salvo un consenso de partes, es muy difícil que mejoren”
- “Cuando el “defecto” lo tiene el otro, ¿cómo hago yo para corregirlo?”
En todos los ejemplos el otro parecía tener el control de la situación. Si algo externo no sucedía, nuestra situación solo podía perpetuarse. ¿De qué forma puedo yo modificar algo, si creo que la responsabilidad recae en un 100% en el ámbito del otro? Quizás, si solo cambiáramos la mirada, la situación iría virando.
¿Qué pasó a mi vieja de chica? ¿Qué vivencias tuvo? ¿Qué aprendió?
¿Si en lugar de escucharla con hartazgo, la escuchara como si fuera la primera vez?
¿Si en lugar de sermonearla, la dejara desahogar, aun no compartiendo su mirada sobre el mundo?
¿Si a veces tragara mi lengua?
¿Si en lugar de señalarle todos sus errores, le hablara de mi impotencia a la hora de entenderla?
¿Si algún día, aún en contra de mi voluntad, la abrazara? Tal vez ella bajaría su guardia.
No se pasa de 0 a 10, se pasa de 0 a 1 y de 1 a 2. El cambio es paulatino, pero seguro.
No va a llegar mi jefa a felicitarme por aquello que no tiene capacidad de ver. Pero si con paciencia le cuento mis esfuerzos e ilusiones en cada cosa que emprendo, tal vez ella pueda ir entendiendo la importancia de ser valorado.
Cambiemos la mirada.
Si cambiamos nosotros, nuestro mundo cambiará.
*Por María Freytes