Los frutos secos, por definición, son aquellos que contienen menos de un 50% de agua en su composición natural.
Estos son: nueces, almendras, avellanas, castañas, maní, pistachos y piñones.
Todos los frutos secos tienen un perfil de macro y micronutrientes muy completo porque nos aportan: vitaminas, minerales, proteínas y ácidos grasos insaturados. Además, son ricos en fibra y antioxidantes.
Al ser ricos en fibras, ayudan al retraso de la digestión de los carbohidratos generando saciedad, evitando entonces los picos de glucemia y favoreciendo el tránsito intestinal, entre otras cosas. Todos estos nutrientes, como los ácidos grasos esenciales, contribuyen a mejorar la salud cardiovascular y el funcionamiento del sistema nervioso central. Además, tienen efecto antioxidante, que protege las células del envejecimiento por la presencia de vitamina E, y nos aportan una importante cantidad de calcio de origen vegetal.
Los frutos secos están dentro de un grupo de alimentos de alta densidad energética. ¿Qué significa esto? Que en un volumen muy chico aportan muchas calorías. Y como sucede con todos los alimentos con alto contenido en calorías, si los comemos en exceso nos pueden hacer aumentar de peso, lo cual no es bueno ni para el corazón ni para nuestro cuerpo.
La porción es la clave para tener todos los beneficios sin pasarnos de nuestras necesidades. ¿Cuál es la recomendación? Un “puñadito”, cerrando el puño y apretando para que no se caiga ninguno. El detalle es importante porque podés pasar de 120 calorías a ¡300!
Así que ya sabés, una porción pequeña todos los días y vas a obtener muchísimos beneficios.
Ante cualquier duda con tu dieta, no dejes de consultar a tu médico.
Laura Romano
Lic. En Nutrición
MN 5992