Expandir o contraer. Esa es la cuestión.
Diría Shakespeare.
Expandir es florecer. Ampliarnos. Potenciarnos y potenciar nuestro alrededor. Aumentar nuestro alcance de llegada. Abarcar un espacio mayor.
Cada paso que damos, cada palabra emitida, cada ínfima o gran decisión que tomamos, nos expande o nos contrae. Nos libera u encadena. Nos opaca o hace más libres.
La forma que elijamos para hablarnos o hablarles a nuestros hijos, amigos, padres y pares. Las palabras hoscas o gentiles que usemos para dialogar, abrirán o cerrarán puertas, elevando el diálogo o cortándolo de cuajo.
La mirada que volquemos sobre alguien puede animarlo o aplastarlo.
Los prejuicios que decidamos albergar en nuestra conciencia serán los que finalmente teñirán nuestro mundo.
La cantidad de alegría, de gratitud o de queja que podamos sentir a diario.
Si sentimos que la suerte siempre está de nuestro lado o la sentimos siempre en la vereda de enfrente.
El perdón que seamos capaces de pedir y de aceptar.
La misericordia que seamos capaces de sentir sobre la debilidad propia o ajena.
La verdad cruda, que aunque cueste, sepamos honrar.
El ánimo que seamos capaces de multiplicar.
Porque poco nos damos cuenta, que todo, absolutamente todo, depende de nosotros.
En nosotros está expandirlo o contraerlo.
En cada pensamiento que te estancás, hay un mundo mágico de posibilidades o un ancla que te manda al fondo del mar.
Expandir o contraer. Vos decidís.
*Por María Freytes